Santiago Velo
Representa lo que los partidos del centro derecha agnóstico rehúyen.
"Europa será cristiana o no será". Así de claro, parafraseando a uno de los fundadores de la nueva Europa tras la Segunda Guerra Mundial como Robert Schuman, ha sido Viktor Orban, primer ministro de Hungría, durante los dos días que ha estado en España.
¿Es posible que la Hungría poscomunista lidere una resurrección de los valores cristianos que muchos piensan con razón que han desaparecido de la Vieja Europa? La mención magiar a la realidad cristiana de Europa, en el fondo, es un ejercicio de sensatez, como decir en la Constitución que “la institución del matrimonio como una comunidad de vida entre un hombre y una mujer” o que “la vida del feto deberá ser protegida desde el momento de la concepción”.
Orban representa en Europa todo lo que los partidos del centro-derecha agnóstico rehúyen: el estar en la vida pública para legislar según la conciencia cristiana. Y además, estar de manera clara, sin esconderse. Su Constitución, aprobada por su Ejecutivo, incluye textos que han causado temor en los jerarcas europeos.
“Nosotros, los Miembros del Parlamento, conscientes de nuestra responsabilidad ante el Hombre y ante Dios… Estamos orgullosos de que nuestro Rey San Esteban, patrón de Hungría… y de que durante mil años, hayamos fundado sobre buenos cimientos nuestra patria, incorporándola a la Europa cristiana… Por lo que reconocemos el papel del cristianismo en la pervivencia de la nación”.
En su visita a España Viktor Orban ha dejado frases lúcidas como que “Europa necesita una renovación cristiana”, y que la crisis que se vive en la actualidad no se limita solo a una crisis económica sino, más bien, a un “desgaste moral”. Ha subrayado su idea de que la regeneración europea requiere una política basada en valores cristianos y que “sin los valores cristianos, Europa no está funcionando”.
En su reunión con el presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, no sabemos si le habrá remarcado al presidente español que España necesita recuperar sus raíces cristianas. Sólo así conseguirá acabar con la mediocridad, causa de grandes males en la vida política, encontrar las virtudes y condiciones del político y su vocación al Bien Común. El conocimiento de la doctrina política de la Iglesia y fidelidad a ella así como las cuestiones morales concretas de la vida política y que las leyes civiles tienen su fundamento en la ley natural, en un orden moral objetivo, instaurado por Dios. Saber qué significa la aplicación de políticas basadas en el liberalismo y el capitalismo y el relativismo ético en la vida pública, y a dónde nos conduce una Constitución de 1978 agnóstica.
Puesto que todos los Gobiernos son intrínsecamente perversos si prescinden de Dios y del orden moral natural y objetivo, nos encontramos con que los Estados modernos europeos, que antes eran cristianos y ahora son apóstatas, generan continuamente leyes gravemente injustas y que los partidos políticos producen leyes criminales como el aborto o las mantienen vigentes pudiendo derogarlas. Esperemos que haya trasmitido este mensaje al actual presidente del Gobierno español.
Primero en Bilbao en las VIII Jornadas Católicos y Vida Pública, organizadas por la Asociación Católica de Propagandistas del País Vasco, y luego en Madrid, con reunión incluida con el jefe del Ejecutivo Mariano Rajoy en el Palacio de la Moncloa, Viktor Orban nos ha recordado que sí se puede. Y si no, que se lo digan a los húngaros, cuya Constitución empieza de la siguiente manera: “Dios bendiga a los húngaros”.